Volvemos luego de haber partido, pero hay veces en las que volvemos sin haberlo hecho, habiendo ingresado nada más que al silencio, a la cueva, después de habernos quedado parados demasiado tiempo frente al espejo. Volvemos luego de haber podido mirarnos con detenimiento, observando nuestras arrugas, nuestras heridas, aspirando nuestros olores, observando en qué se han convertido los sueños, nuestros sueños de décadas atrás, esos que superaron los deseos de ser héroes, pero aún eran bastante altos e inalcanzables.
Volvemos y nos sentimos agotados, pues parece que agota más estar solos que gastar toda nuestra energía en las risas y los juegos con los amigos, con la familia, con los hijos.
Y luego de ese tiempo con nosotros mismos, podemos mirarnos de nuevo: más bajitos, menos lindos, con poco brillo. Más humanos, más terrenos, menos dioses. Más periferia, menos centro del mundo.
Pero con actitud, habiendo comprendido que servir es mejor que ser servido, dar es mejor que recibir, siendo más para ti que para mi. Sólo así, creo que vale la pena volver.
martes, 7 de septiembre de 2010
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
