Hoy en mi clase de ética se dijeron cosas muy interesantes al comentar la inevitable película "Ciudadano Kane".
Una de las frases que se quedaron conmigo por el resto de la mañana, fue algo como: "acudo a mí mismo para equilibrarme en la vida", o "alcanzo equilibrio cuando me conozco a mí mismo". Debo ser honesto, no se dijo eso exactamente, pero así fue interpretado (por mí).
Y ello me lleva a pensar en qué es aquello que nos define. Entiendo que es nuestra manera de responder a las circunstancias, pero también lo es la argumentación que hacemos sobre la razón de nuestros actos. Y todo empieza a girar alrededor de los valores que portamos en nuestra mochila vital, donde ya son insuficientes las generalizaciones: "soy bueno", "soy malo" que no ayudan mucho a reconocernos. Aterrizamos más finamente en reconocer nuestros grados de honestidad, responsabilidad, solidaridad y otros que nos construyen, que nos permiten "ser" al mirarnos a nosotros mismos y en nuestra relación con los demás.
Y me viene a la mente una conversación oída al pasar por algún lado hace muchos años: un hombre le preguntaba al otro: "y él qué es?" y el amigo respondía: "no es nada, en cambio sus hermanos, son ingenieros". Me impactó muchísimo y no la olvido hasta hoy. La profesión había sido el elemento esencial en la definición del ser (o del no ser).
El lenguaje cotidiano encierra frases crueles como la que he anotado, y las repetimos sin pensarlo. Me parece que nos enriquecería más pensar en la base moral a la hora de calificar a los otros, o a nosotros mismos, superando la circunstancia e intentando llegar a la esencia, que es la que nos sostiene y nos permite controlar esas circunstancias. Cuando ignoramos lo que somos, o cuando no lo tenemos muy claro, son las circunstancias las que nos dominan, o, como dirían esos amigos conversadores, son las que nos hacen ser o no ser.
viernes, 1 de octubre de 2010
martes, 7 de septiembre de 2010
Volver
Volvemos luego de haber partido, pero hay veces en las que volvemos sin haberlo hecho, habiendo ingresado nada más que al silencio, a la cueva, después de habernos quedado parados demasiado tiempo frente al espejo. Volvemos luego de haber podido mirarnos con detenimiento, observando nuestras arrugas, nuestras heridas, aspirando nuestros olores, observando en qué se han convertido los sueños, nuestros sueños de décadas atrás, esos que superaron los deseos de ser héroes, pero aún eran bastante altos e inalcanzables.
Volvemos y nos sentimos agotados, pues parece que agota más estar solos que gastar toda nuestra energía en las risas y los juegos con los amigos, con la familia, con los hijos.
Y luego de ese tiempo con nosotros mismos, podemos mirarnos de nuevo: más bajitos, menos lindos, con poco brillo. Más humanos, más terrenos, menos dioses. Más periferia, menos centro del mundo.
Pero con actitud, habiendo comprendido que servir es mejor que ser servido, dar es mejor que recibir, siendo más para ti que para mi. Sólo así, creo que vale la pena volver.
Volvemos y nos sentimos agotados, pues parece que agota más estar solos que gastar toda nuestra energía en las risas y los juegos con los amigos, con la familia, con los hijos.
Y luego de ese tiempo con nosotros mismos, podemos mirarnos de nuevo: más bajitos, menos lindos, con poco brillo. Más humanos, más terrenos, menos dioses. Más periferia, menos centro del mundo.
Pero con actitud, habiendo comprendido que servir es mejor que ser servido, dar es mejor que recibir, siendo más para ti que para mi. Sólo así, creo que vale la pena volver.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Inevitable fútbol
Toca hablar de fútbol, mejor dicho (escrito), football, pero no me referiré a la épica de estos modernos enfrentamientos que obligan a varios miles a observar el mundo, durante 90 minutos, en un plano dicotómico donde los buenos deben derrotar a los malos, sin paliativos.
Mis amigos saben que hay un equipo en el mundo con el cual simpatizo: el Atlético de Madrid. Equipo sufrido que gana poco, pero cuando gana casi siempre lo hace acompañado de la épica: victorias sufridas, vibrantes, que hacen gustar del ganador sin importar casi nada el rival, aquél al que le tocó perder. Es decir, ganar es gozoso, no vencer al otro. Entre otras cosas extrañas de este club.
Pero tampoco hablaré de ese equipo que me gusta tanto. Deseo comentar hoy sobre algunos trozos de una entrevista de un deportista de lujo en España: Iker Casillas, arquero del Real Madrid.
Acabé de leer con mucho gusto una entrevista realizada con él la pasada semana en la que primero expresaba su pena de que el Barcelona no esté en el estadium de su equipo para disputar la final de la Champion's League. Según la prensa, una pena sincera, sin dejos de ironía ni burlas contra el rival de siempre de su equipo. Argumentos? Dos: "deseaba que un equipo español esté en la final"y "tengo amigos en ese equipo".
Seguidamente, expresaba una felicitación al Atlético de Madrid por estar en dos finales de competición.
Me provocó alegría leer la nota porque me permitía leer y sentir, desde la expresión de un protagonista, el sentido fundamental del deporte, y, por qué no decirlo, de la vida: competir y ganar requieren de grandeza, la grandeza de que quien triunfa no precisa humillar al perdedor, y más aún, que bien se puede evitar el mofarse de aquél a quien le toca perder.
A diario vivimos experiencias en las que toca competir, y el resultado puede presentarse en dos escenarios: ganamos aquello que buscábamos, o no alcanzamos lo persiguido. En ambos casos, siempre hay un otro, otros, que participaron de la competencia. Qué actitud adoptamos frente a ellos? Cómo los consideramos? Son rivales que "merecían" perder? Por qué? Me atrevo a pensar que la grandeza de la victoria está en expresar respeto por el rival: respetarlo cuando le vencemos y respetarle también en su victoria. La competencia, finalmente, no es más que una prueba de nuestros propios logros y límites.
En el otro lado, corremos el riesgo de encontrarnos con la actitud pobre, la del ninguneo al rival, la desconsideración, la ignorancia. De ello bebemos a diario. El padre que demerita el éxito del compañero de curso de su hijo que logró la medalla de mejor estudiante, la duda sobre el por qué otro fué quien ganó la beca y no yo, por qué el trabajo se lo dieron a Pedro y no a mí, o, si me tocó ganar: "es que los otros eran unos ignorantes", entre otras perlas.
Acercarse, conocerse, compartir, promover la colaboración aún cuando se compite, son las bases de la convivencia y del desarrollo humano. Más Iker y menos Mourinho, por decirlo de alguna manera.
Mis amigos saben que hay un equipo en el mundo con el cual simpatizo: el Atlético de Madrid. Equipo sufrido que gana poco, pero cuando gana casi siempre lo hace acompañado de la épica: victorias sufridas, vibrantes, que hacen gustar del ganador sin importar casi nada el rival, aquél al que le tocó perder. Es decir, ganar es gozoso, no vencer al otro. Entre otras cosas extrañas de este club.
Pero tampoco hablaré de ese equipo que me gusta tanto. Deseo comentar hoy sobre algunos trozos de una entrevista de un deportista de lujo en España: Iker Casillas, arquero del Real Madrid.
Acabé de leer con mucho gusto una entrevista realizada con él la pasada semana en la que primero expresaba su pena de que el Barcelona no esté en el estadium de su equipo para disputar la final de la Champion's League. Según la prensa, una pena sincera, sin dejos de ironía ni burlas contra el rival de siempre de su equipo. Argumentos? Dos: "deseaba que un equipo español esté en la final"y "tengo amigos en ese equipo".
Seguidamente, expresaba una felicitación al Atlético de Madrid por estar en dos finales de competición.
Me provocó alegría leer la nota porque me permitía leer y sentir, desde la expresión de un protagonista, el sentido fundamental del deporte, y, por qué no decirlo, de la vida: competir y ganar requieren de grandeza, la grandeza de que quien triunfa no precisa humillar al perdedor, y más aún, que bien se puede evitar el mofarse de aquél a quien le toca perder.
A diario vivimos experiencias en las que toca competir, y el resultado puede presentarse en dos escenarios: ganamos aquello que buscábamos, o no alcanzamos lo persiguido. En ambos casos, siempre hay un otro, otros, que participaron de la competencia. Qué actitud adoptamos frente a ellos? Cómo los consideramos? Son rivales que "merecían" perder? Por qué? Me atrevo a pensar que la grandeza de la victoria está en expresar respeto por el rival: respetarlo cuando le vencemos y respetarle también en su victoria. La competencia, finalmente, no es más que una prueba de nuestros propios logros y límites.
En el otro lado, corremos el riesgo de encontrarnos con la actitud pobre, la del ninguneo al rival, la desconsideración, la ignorancia. De ello bebemos a diario. El padre que demerita el éxito del compañero de curso de su hijo que logró la medalla de mejor estudiante, la duda sobre el por qué otro fué quien ganó la beca y no yo, por qué el trabajo se lo dieron a Pedro y no a mí, o, si me tocó ganar: "es que los otros eran unos ignorantes", entre otras perlas.
Acercarse, conocerse, compartir, promover la colaboración aún cuando se compite, son las bases de la convivencia y del desarrollo humano. Más Iker y menos Mourinho, por decirlo de alguna manera.
martes, 27 de abril de 2010
A propósito del respeto
Siempre que inicio mi clase de ética, pregunto a mi auditorio: un valor que guía su vida? Y la respuesta invariable es: "respeto".
Ello es bueno y me anima, pero luego, cuando empezamos a desentrañar el concepto, éste se queda en algo así como "yo te dejo vivir y tú haces lo mismo conmigo", muy cercano al "yo no me meto en tu vida y tú tampoco en la mía".
A propósito de ello, no puedo borrar de mi mente la imagen que nos trajo un canal de noticias de la niña en España que se niega a ir a la escuela con la cabeza descubierta, por motivos religiosos. No me impresionó tanto la imagen de la niña con la capucha de la chaqueta que reemplaza el turbante, si no las tres amigas que entraban con ella al colegio, quienes llevaban la cabeza descubierta y el cabello suelto. A riesgo de excederme en el ejercicio de la imaginación, me atrevía a pensar que ellas decían calladamente esa frase: "yo no haría algo como lo que tú haces, pero te respeto, haz lo que quieras y no me obligues a hacer algo parecido".
Esa actitud de entrar al colegio, acompañando no sólo a una persona sino una opción sin ser parte de ella, es la que me impresiona, esa es la expresión actual del respeto.
Y dicho lo dicho, que me parece positivo, pasé a hacerme la siguiente pregunta: cuál es el límite? podemos respetar aquello que atenta contra los valores más elementales, desde esa comprensión de que respetar es "dejar hacer"? No queda un poco "chato" el concepto de respeto cuando de poner un límite a una actitud que atenta contra los derecho colectivos fundamentales se trata? Pero... quién decide que ello es así y en nombre de qué? de la sociedad? del pueblo? de alguna virtud pública?
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